Se considera que el movimiento simbolista surge en 1886 con la publicación del “Manifiesto del simbolismo” en el periódico “Le figaro” por parte de Jean Moreas.
“Simbolismo” deriva del griego y significa “relacionar”. Se trata pues de una alusión a referencias y cadenas de significación entre imágenes aparentemente distantes. Si bien el simbolismo se expandió por toda Europa de la mano de escritores como Oscar Wilde, Maeterlinck, Huysmans y D’Annunzio, y pensadores como Schopenhauer, Freud y Bergson, no logró alcanzar un estilo homogéneo en parte, porque se caracterizó por un agudo individualismo.
El artista suizo Böcklin, trabajaba en Italia y tenía una amplia cultura humanística que le permitía recrear lugares imaginarios en los que sintetizaba elementos simbólicos haciendo referencia a lugares reales.
Abundan en Moreau las referencias exóticas y la recurrente combinación de misticismo y eros. En efecto, la obra de Moreau se encuentra en estrecho contacto con los escritores de fines del siglo XIX.
Khonopff, un claro exponente del simbolismo, plasmó con gran eficiencia el objetivo del movimiento: promover una multiplicidad de interpretaciones.
La pintura de Klimt, replandeciente y decorativa, posee notables ingredientes clásicos, bizantinos y la influencia del dibujo japonés así como las las modernas linealidades simbolistas.
A través de un trazo elegante Klimt retratará fasciantes y misteriosas mujeres en donde la ornamentación coloreada y dorada se alineará con el Art Noveau.
La culta producción de Klimt expresó la un tiempo de decadencia, plasmando el ocaso del imperio Austríaco.
Klimt consigue trauducir la personal búsqueda de la relación entre la figura y el fondo y crear una atomósfera en la cual se abandonan los sentidos. En el abrazo de los amantes en El beso, los amantes están encerrados en un mágico capullo de oro, del que a apenas escapan las cabezas y las manos. Se trata de una imagen demoledoramene romántica llena de pasión y que parece transcurrir fuera del tiempo.
La refinada cultura artística de Klimt se trasluce en las abundantes referencias de la obra: mozaicos bizantinos representados a través del prado florido que a su vez son una alegoría humanística a La primavera de Boticcelli. Podría decirse que Klimt evocaba un estación, pero también un clima del alma.
Bidimensionales, las ropas se encuentran libres de inserciones decorativas y cargadas de un notable simbolismo. En el exterior de la capa del varón, se alternan manchas regulares blancas y negras sobre el oro y los motivos een espiral más allá de la figura femenina, resaltan el sentido envolvente del abrazo.
El prado se interrumpe bruzcamente y los pies de la muchacha se apoyan en el borde del terreno, mientras que el fondo dorado, sugiere un abismo. La firma de Klimt, flota en el vacío. Todo sugiere que los amantes se encuentran en una situación inestable, precaria, tal vez peligrosa. Se trata quizá de una alegoría de la brevedad de la juventud, de lo efímero de la estación favorable al amor.