La obra de Rembrandt van Rijn se proyecta sobre una larga serie de autorretratos realizados durante más de cuarenta años, lo cual, puede leerse como un emocionante testimonio biográfico.
Este artista holandés comenzó a pintar en su ciudad natal, Leiden. Sus trabajos eran de pequeñas dimensiones y predominaba el tema bíblico o literario, realizadas con gran finura y precisión. Al trasladarse a Ámsterdam, su fama comenzó a acrecentarse tanto como su fortuna personal.
Su casamiento con Saskia van Uylenbruch pone de relieve un momento de plena felicidad en el que abandona el minucioso estilo de las obras realizadas durante su juventud, para abordar composiciones monumentales inspiradas en Rubens y en los maestros del Renacimiento italiano.
En 1642, su carrera alcanzaría el punto cumbre, pero simultáneamente, la muerte de su mujer que había enfermado de tuberculosis sería el primer acontecimiento que iniciaría una serie de desgracias que lo conducirían a la ruina.
Así, el estilo más avanzado de Rembrandt se aproximará al tardío de Tiziano: obras notables en donde la intensidad humana y la profundidad del sentimiento están al límite de lo soportable.
La más conocida obra de Rembrandt van Rijn fue realizada en 1642 y, curiosamente, su título no refleja el evento representado, por la acción no se desarrolla de noche sino en pleno día y describe más una parada festiva que una ronda de guardia. La pintura tenía como destino, decorar la sala de reuniones de la milicia cívica de Ámsterdam, destino frecuente de los retratos de grupo de las compañías de la defensa ciudadana, los cuerpos de policía y vigilancia creados en la época de las guerras de la independencia nacional, cuyo valor era por entonces, meramente evocativo.
En un dinámico movimiento general, veintiocho adultos y tres niños se mueven de manera desordenada sobre el escenario, generando un sentido de confusa vivacidad. Los resplandecientes cambios de luz y color y la calidad de los retratos de los personajes al tiempo de un complejo esquema compositivo, hablan claramente del apogeo de la carrera de Rembrandt.
La milicia voluntaria se formaba con los burgueses más bravos de Ámsterdam. El grupo tan voluntarioso como desordenado, es señalado por Rembrandt con una sutil ironía. Las picas se cruzan sin orden alguno.
Gracias a que se conserva el contrato y otros testimonios es posible determinar la identidad de los personajes: los miembros de la guardia cívica se dividieron en cuotas diferentes de acuerdo al rango y la posición en la pintura. Pero no faltan detalles misteriosos como la insólita y luminosa figura de la niña que corre con un pollo colgado de la cintura. Algunos especular que sería una alusión risueña al apellido del capital (el protagonista de la escena) Frans Banning Cocq, sobrio y elegante con su traje oscuro, atravesado por una faja rojo anaranjada y que contrasta con un amplio cuello de encaje. El capitán solicita, con un gesto decidido a su lugar teniente, que ponga orden en la ruidosa e indisciplinada compañía, que ya en tiempos del pintor, solo tenía funciones simbólicas.
En la parte baja de la chaqueta del ambicioso lugarteniente, se destaca la sombra de la mano del Capitán Cocq: esta indicación determina de manera precisa la incidencia de la luz y señala claramente que la escena se desarrolla durante el día. En general oscurecimietno de los colores ha sido la causa del equívoco de la acción nocturna.
Detrás del abanderado, poco visible, puedo apreciarse un hombre de baja estatura del que solo se advierte un ojo y una gorra: esos detalles bastan para identificarlo con el propio Rembrandt, mezclado entre los personajes de su obra cumbre.
Johannes Vermeer desarrolló un técnica paciente y refinadísima que recuerda a la pintura flamenca del siglo XV, especialmente en el uso de la luz y en valor dado a cada detalle mínimo que es interpretado con una sensibilidad original. La búsqueda del valor de las pequeñas cosas es un denominador común de su producción artística, en consecuencia, hay quienes especulan que su amistad con Antonie van Leewerrhoek, el inventor del microscopio, tiene que ver con esta vocación por el detalle no visible a simple vista.
Vernner no puede ser considerado un retratista en el sentido estricto, como tampoco un paisajista, pese a que su producción reúne memorables paisajes y retratos. Se detecta en su obra una secreta e insistente búsqueda de los secretos del alma femenina, realizada con una gracia y un pudor extremadamente sensibles.