Diego Velzaquez (1599-1660)

Hay quienes dicen que en la pintura de Velazquez se refleja todo un siglo, un modo de vivir y hasta de gobernar. Sin embargo, no están ausentes los sentimientos, las situaciones y personajes que escapan a las circunstancialidad de la época.

En 1623, el conde duque de Olivares, siendo ministro de Felipe IV, convocó a Velásquez para el cargo de pintor oficial de la corte. Así, siguiendo la tradición de Tiziano, trabajó fundamentalmente con retratista. Un viaje a Italia en 1629-31 le permitió perfeccionar la técnica. De regreso en Madrid, ejecutó numerosas obras para las residencias reales y varios retratos de personajes de la corte. Son memorables muchos de sus enanos y bufones. Un segundo viaje a Italia en 1649-51, lo llevaría a un replanteo de la técnica: comenzó a utilizar pinceladas separadas, muy cargadas con una notable intensidad expresiva. Por su estilo libre, Velásquez fue, dos siglos más tarde, un referente notable para los movimientos de arte moderno.

La Venus del espejo

La combinación de su talento con la admiración por el arte italiano de los siglos XVI y XVII se refleja claramente en la obra de Velásquez. En el soberbio desnudo de la Venus, puede intuirse un homenaje a Tiziano, a una colorida libertad enriquecida por el color y la intensidad táctil de las pinceladas.

Las meninas

Se la considera la obra maestra del arte español del siglo XVII, fue ejecutada en 1656. Se trata de una escena frecuente en la corte, el homenaje de las damas de honor a la princesa Margarita, en una sala del Palacio Real en la que Velázquez había organizado su taller. La infanta se mueve como una muñeca en el centro de la pintura. A la derecha, la enana Maribárbola, viste un rico traje (probablemente ropas viejas de la infanta). Otro enano, Nicolasito Pertusato, quiebra la etiqueta, apoyando su pie sobre el indiferente perro. Los retratos de bufones de la corte, forman un núcleo muy característico en la producción de retratos de Velázquez, por lo cual sería admirado más tarde por Goya y Manet.

La composición de la obra es aparentemente sencilla, pero se complica sin lugar a dudas con la aparición de los rostros de los reyes reflejados en el espejo al fondo de la sala.

La ambigüedad de la composición viene subrayada por la presencia del autorretrato del pintor, que se muestra mientras está pintando el propio cuadro, pero la gran tela está vuelta en sentido contrario a nuestro punto de vista: desde tal posición, Velázquez solo podría pintar las espaldas de los personajes, así el juego intelectual que propone el pintor es un laberinto imposible en donde se confunden el espacio, lo que está adelante y lo que está atrás.

La infanta margarita

[[include:L'infante_Marguerite.allposters|right|]] La primogénita de Felipe IV, es en esta pintura una delicada niña rubia que a los cinco años está a punto de convertirse en un miembro de la corte, rodeada de mimos y las gracias de los cortesanos. Pero el rostro rosado de la niña al paso de los años adquiriría los rasgos dominantes de los Habsburgos y no tardaría en manifestarse el prognatismo de la mandíbula inferior que estaba inscripto en el adn de los reyes españoles a partir de Carlos V.

Felipe IV y la reina Mariana de Austria

Los reyes, reflejados en un espejo en la pared del fondo son simultáneamente espectadores y protagonistas de la escena. Al igual que en la memorable pintura de Van Eyick, El Matrimonio Arnolfini su presencia se sugiere del lado de los que estamos observando la pintura.

Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)

Murillo, representante del brillante siglo de oro español, además de obras sagradas y desbordantes de una intensa y apasionada devoción, dejó notables imágenes de la vida cotidiana popular, producciones en las que se observa, una refinada simpatía y una notable virtuosismo técnico.

por Graciela Paula Caldeiro