Hay quienes dicen que en la pintura de Velazquez se refleja todo un siglo, un modo de vivir y hasta de gobernar. Sin embargo, no están ausentes los sentimientos, las situaciones y personajes que escapan a las circunstancialidad de la época.
Se la considera la obra maestra del arte español del siglo XVII, fue ejecutada en 1656. Se trata de una escena frecuente en la corte, el homenaje de las damas de honor a la princesa Margarita, en una sala del Palacio Real en la que Velázquez había organizado su taller. La infanta se mueve como una muñeca en el centro de la pintura. A la derecha, la enana Maribárbola, viste un rico traje (probablemente ropas viejas de la infanta). Otro enano, Nicolasito Pertusato, quiebra la etiqueta, apoyando su pie sobre el indiferente perro. Los retratos de bufones de la corte, forman un núcleo muy característico en la producción de retratos de Velázquez, por lo cual sería admirado más tarde por Goya y Manet.
La composición de la obra es aparentemente sencilla, pero se complica sin lugar a dudas con la aparición de los rostros de los reyes reflejados en el espejo al fondo de la sala.
La ambigüedad de la composición viene subrayada por la presencia del autorretrato del pintor, que se muestra mientras está pintando el propio cuadro, pero la gran tela está vuelta en sentido contrario a nuestro punto de vista: desde tal posición, Velázquez solo podría pintar las espaldas de los personajes, así el juego intelectual que propone el pintor es un laberinto imposible en donde se confunden el espacio, lo que está adelante y lo que está atrás.
[[include:L'infante_Marguerite.allposters|right|]] La primogénita de Felipe IV, es en esta pintura una delicada niña rubia que a los cinco años está a punto de convertirse en un miembro de la corte, rodeada de mimos y las gracias de los cortesanos. Pero el rostro rosado de la niña al paso de los años adquiriría los rasgos dominantes de los Habsburgos y no tardaría en manifestarse el prognatismo de la mandíbula inferior que estaba inscripto en el adn de los reyes españoles a partir de Carlos V.
Los reyes, reflejados en un espejo en la pared del fondo son simultáneamente espectadores y protagonistas de la escena. Al igual que en la memorable pintura de Van Eyick, El Matrimonio Arnolfini su presencia se sugiere del lado de los que estamos observando la pintura.