Hacia el final del neolítico, se da el surgimiento simultáneo de la cultura mesopotámica y egipcia. Se estima que el arte surge en el período pre-dinástico, aproximadamente en el año 4.000 a.C y se expresa fundamentalmente en cerámicas en las que se ilustran figuras primitivas de animales.
Es probable que las creencias religiosas favorecieran las representaciones plásticas. Un clima extremadamente seco y un suelo arenoso generaban la momificación natural de los cadáveres, lo cual propició la creencia en la inmortalidad del cuerpo y del alma. De esta forma las tumbas se encontraban bajo las propias casas de los vivos. Así los muertos eran agasajados como miembros de la familia a los que se les proporcionaba víveres, vestuario y armas. El culto fue sofisticándose con el tiempo hasta que se construyeron casas especiales para los difuntos. En este punto se inicia un desarrollo de las artes plásticas: los interiores de las tumbas se adornaban con bajorrelieves y frescos. Las pinturas de este período representan siluetas planas en espacios carentes de encuadre espacial.
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Hacia el 3.200 a.C. aparecen ciertas características estéticas que se encontrarán presentes en la producción artística egipcia hasta el final del imperio. La línea del suelo trazada con solidez cumpliendo la función de soporte para las figuras representadas.
Las figuras son jerarquizadas a través del tamaño y se utilizan símbolos de condición (status social, divinidad) integrando realismo y pictografía. De esta manera, la producción pictógráfica marca el inicio de la escritura jeroglífica. Más adelante las imágenes comienzan a significar conceptos (ideogramas) que evolucionarían a la escritura jeroglífica.
El arte egipcio fue codificado al igual que el sistema de escritura. En efecto, la cultura egipcia fue notablemente conservadora, aspecto claramente relacionado con la creencia en la inmoralidad de los cuerpos y la eterna permanencia.
La relación entre el alma y el cuerpo de los muertos aparece claramente en el arte funerario.
Los antiguos egipcios creían que el hombre estaba compuesto de tres elementos: ba, ka y akh. La momificación y la representación artística a través de una escultura o una máscara eran parte de un ritual necesario para asegurar la inmortalidad de estos tres aspectos de lo humano.
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Las pinturas acompañaban eternamente a las almas de todo lo necesario, y aseguraban la continuidad de los placeres terrenales en el más allá, les proveían de servidores, lugares de esparcimiento, espectáculos, comida y guerra.
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Bajo el reinado de Narmer (3.200 a.C) se establecen los códigos estéticos en la pintura y los bajorelives. Las figuras se representarán frontalmente cuando deban verse desde su punto optimo. De esta manera, la anatomía sigue una lógica conceptual, tomándose lo esencial de la figura (si es humano, animal o mitológico) y se procede a una caracterización de tipo genérica.
Se crearon así una serie de convenciones estéticas complejas que conformaban un auténtico código que no podía ser alterado. En este sentido, un desvío a la norma podría ser equiparada a una falta de ortografía o a un error gramatical. Se aplicaban a la representación de dioses y la familia real. Cuanto menor era el rango del representado, mayor libertad se permitía a su imagen. Así, los esclavos y campesinos se pintan de una manera extremadamente naturalista, en posiciones heterodoxas.
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Para el hombre se reflejan los dos pies de perfil, que es su forma más representativa, y se colocan ambos del mismo lado, como las manos (es decir, aparecen dos manos izquierdas, dos pies izquierdos, para no ocultar tras el perfil el quinto dedo). El rostro también aparece de perfil, pero el ojo, que es el rasgo más importante, se coloca de frente. También se ubica el tronco frontalmente (a excepción de los senos que se alinenan de perfil a ambos lados) De perfil también se representan caderas y piernas, de las cuales una por delante de la otra, permite identificar el sexo de la figura.
Es habitual creer que las figuras egipcias se desplazan de derecha a izquierda, sin embargo, la representación supone un avance frontal hacia el espectador a partir de la superficie pintada.
Las figuras, se sujetaban a un cánon anatómico concreto, sobre una cuadrícula dividida en 18 cuadrados de largo. A partir de esta trama podían aumentarse los tamaños sin perder nunca la proporción de las figuras.