La grandeza del arte griego reside en que concilia acabadamente dos principios que a menudo se oponen: por un lado dominio, claridad y una fundamental seriedad y por otro el esplendor, la imaginación y la pasión. Todo el arte clásico griego posee en grado sumo esa cualidad intelectual que manifiesta en la lógica y la certidumbre de su construcción. A nosotros el intelectualismo en el arte nos sugiere cierta aridez, pero en el arte griego sea el Partenón, una tragedia de Esquilo, un diálogo Platónico, una pieza de orfebrería, la pintura que la adorna o un paisaje de difícil análisis en Tucídides- posee, con todo su intelectualismo, una energía y una pasión que se destacan precisamente por estar regidas con tanta inteligencia.
Ahora bien, si comparamos el arte de la Grecia clásica con el arte minoico o egeo, la diferencia es significativa. Lo mejor del arte minoico posee todas las cualidades que el arte puede llegar a tener a excepción del acabado intelectualismo que se alcanzara en Grecia. Efectivamente, es improbable que un arquitecto griego imaginase ni por error un edificio plano tan caótico como el palacio de Cnossos.
Esta condición intelectual del arte griego nos remite a los helenos y no sin pruebas. Cuando bajaron de las montañas del norte, no traían consigo arte alguno, pero sí traían un idioma y en este idioma griego su íntima estructura- se encuentran esa claridad, ese equilibrio y esa exigencia de rigor que advertimos en el arte clásico y echamos de menos en las producciones anteriores.
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La gracia y el encanto son los rasgos del arte jónico, así como la fuerza y la belleza lo son del dórico. Para apreciar esto, no hay más que comprar la arquitectura jónica con la bórica: la general levedad del estilo jónico, destacada por las gráciles volutas del capitel, forman un sorprendente contraste. En la escultura, si bien los bóricos y los jónicos se esforzaban a la par por expresar un ideal atlético, estos últimos se complacían también en problemas plateados por el cincelamiento de las figuras vestidas y trataban, con sumo éxito de representar en piedra las diferentes contexturas de la carne, la lana y el lienzo. Existe en la obra jónica una delicada sensualidad que no vemos en la bórica. Sus festivales fueron también menos austeros; la música y la poesía tuvieron en ellos mayor importancia.
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La relación entre contenido y forma es tan lógica que puede desecharse cualquier interpretación en otro sentido. El artista griego tiene una nítida idea de lo que va a decir y domina por completo su material. Es igualmente el amor de los griegos por la simetría. Esto tiene interesantes consecuencias: en todas partes hallamos la atracción del modelo y del equilibrio.
La irregularidad del plan que se da en casi todas las catedrales góticas sugiere a nuestras mentes la energía dinámica de la vida, pero para la mentalidad griega, esto solo le sugeriría algo detestable, una imperfección. El edificio perfecto, ejecutado como ha sido concebido, será naturalmente simétrico.