El arte neoclásico se impuso como estilo hegemónico hacia el último cuarto del silgo XVIII, y su objetivo era, llevar a término las premisas de la Ilustración.
Podría decirse que el neoclasicismo marca el final de las extravagancias barrocas, iniciando un retorno a los ideales armónicos de la antigüedad.
La Ilustración en el arte no puede considerarse un movimiento internacional de signo unitario, sino una respuesta que, caso por caso, se centró en el localismo que caracterizó al siglo de las luces. No obstante, algunos denominadores comunes, especialmente en relación a los contenidos, son recurrentes en sus diversas expresiones: el interés se centra en la atención a la ciencia, a la moral social, el placer por la lectura y el anhelo de viajar.
Nacido y formado en Ginebra, Liotard fue un pintor de matices cosmopolitas y recurrió a las más variadas técnicas. Sus retratos contienen imágenes desbordantes de vida y espíritu.
A lo largo de su larga carrera, se manifestaron diferentes elementos que reflejaron su innegable pertenencia al movimiento neoclásico: la admiración por la Antigüedad, el anhelo de expresar mensajes políticos y morales, el cuidado de los aspectos formales y, más adelante, el culto a Napoleón. En efecto, los muy abundantes retratos esculpidos y pintados, fueron parte de la estrategia de propaganda revolucionaria del imperio de Napoleón, el primer dictador moderno. Y el movimiento neoclásico estuvo sin duda, a su servicio y es todo un testimonio de la época.
En efecto, fue precisamente durante el período napoleónico en cuanto el neoclasicismo alcanzó la compre expresiva del estilo imperial, considerado modelo hegemónico del gusto y el decoro.
Esta memorable pintura realizada entre 1784 y 1785, referente arquetípico del neoclasicismo francés, representa un episodio de la historia antigua en la que vibran sentimientos y compromisos de actualidad, como la concordia de los propósitcs, la determinación política y la diferente actitud de los hombres-guerreros y las mujeres-esposas.