El estilo rococó suele verse como una continuación del movimiento barroco. Fue iniciado en Francia en donde consiguió sus mayores logros en decoración de interiores. Son recursos recurrentes de este estilo las guirnaldas, los motivos ornamentales, los filetes de oro, los espejos y las hojas de palmera.
En la pintura, el gusto dominante se caracteriza por los temas livianos de la vida cortesana, los colores brillantes y las pinceladas delicadas. Por supuesto, como en todo movimiento artístico, no faltaron individualidades que se desviaron en parte de los mandatos del gusto de la época.
Contrario a las tendencias hegemónicas de la pintura francesa y el gusto de la corte en el siglo XBII fue tal vez el único artista de la época que no realizó viajes a Roma ni siguió estudios académicos.
Su atención se centraba en la pintura flamenca y holandesa del siglo XVII; y es este precedente el que inspira su gusto por la poesía de los pequeños episodios cotidianos. Sin interesarse por los tonos ligeros y luminosos de la pintura galante, preferirá las tonalidades apagadas. Lejos de los jardines señoriales y las alcobas de la aristocracia, elegirá como temas los afectos de las familias burguesas.
Podría decirse que Chardin fue una excepción al contexto artístico francés del siglo XVII, pero no tanto como para considerarlo un artista aislado. Sus naturalezas muertas fueron expuestas en 1728 en la place Dauphine con lo cual obtuvo el ingreso en la academia como pintor de animales y frutas. De esta forma buscó la posibilidad de hacerse un lugar en el mundo artístico de París.
Más tarde, en 1797, Chardin advirtió la importancia de las instituciones de los salones, que eran exposiciones anuales que ponían en contacto a los artistas con su público. Chardin se presentó en el primer Salón con siete cuadros y obtuvo gran éxito. A partir de ese momento, se transformó en un animador de salones y ocupó importantes cargos.
En París Jean Antoine Watteau, aprendió la técnica del naturalismo minucioso y dellicado de la escuela flamenca y holandesa, además de estudiar grandes colecciones de arte en los palacios de Luxemburgo y el Louvre.
A simple vista, Watteau fue un pintor típico del rococó galante europeo, sobre un telón de deliciosos paisajes, las figuras se mueven con gracia a través de luminosas y breves pinceladas. Abordó todos los temas de la pintura del siglo XVIII: en el género galante, temas ligeros como recibimientos aristocráticos, bailes, aproximaciones románticas y eróticas, y entretenimientos de jardín. Pero también, aparecen en el artista, pinturas que responden a otro tenor, cierta nostalgia, una melancolía incierta que se filtra tras la aparente frivolidad de su obra.
Mezzetino probablemente ejecuta una serenata inútil. La frialdad y la indiferencia de la amada, parece expresarse en la figura que se advierte en el fondo: una estatua que le da la espalda.
Producida en 1720, la obra más emblemática del siglo XVIII, fue realizada casi al final de la breve vida de Watteau. La obra, de más de tres metro de ancho (medida inusual para el género) fue elaborada en minuciosa perspectiva.
No fueron pocas las lecturas e interpretaciones realizadas sobre la tela: se la ha considerado el símbolo del intercambio de consignas de épocas diferentes, el testamento estético y espiritual de Watteau, la imagen de un nuevo modelo pictórico e incuso la evolución del mercado artístico que se expandía a la burguesía emergente. La pintura, brillante, ligera y luminosa, se contrapone a una atmósfera agridulce.
El nombre de la galería de arte de Gersaint era “Au Grand Monarque” en homenaje al Rey Sol, reinado que había concluido en 1715. En una evidente metáfora, un criado coloca en una caja un retrato claramente pasado de moda de Luis XIV. La referencia es muy clara: se trata de una alusión al radical cambio en el gusto y la historia de Francia.
Casi en el centro de la obra, un joven caballero, invita con gesto galante a una dama para que pase al interior de la galería. Este personaje podría ser quizá un autorretrato de mismo Watteau. Los reflejos rosados y plateados de la luz en el vestido femenino, subrayan el elegante movimiento que pasando el umbral de la galería, se dirige hacia la izquierda para observar cómo colocan en la caja el retrato de Luis XIV.
Sobre el fondo, una de las pinturas más grandes de la tienda, representa una escena mitológica erótica en la que un sátiro persigue a una ninfa en un cañaveral. Los temas y el estilo de las obras expuestas son un testimonio de los gustos de la primera mitad del siglo XVIII: prevalecen los paisajes, las escenas mitológicas, los desnudos femeninos y todos con la técnica de la levedad y los colores claros. Los retratos de tonos oscuros y severos, hacen referencia al siglo anterior. Pueden reconocerse también algunos temas religiosos en las pinturas (dos adoraciones de los Magos, tal vez de escuela italiana y un monje rezando) aunque como estas están desplazadas a las filas más altas, siendo así menos visibles.
El el margen derecho, la señora Gersaint explica las características de un pequeño cuadro a un grupo de aficionados que no ocultan cierto aburrimiento. Un perro, en el margen inferior derecho, otorga a la obra una dosis de realismo genuino, es un detalle que se hace necesario para ubicar la escena elegante en una calle parisina: de otro modo, la composición habría resultado excesivamente estilizada.
La tendencia artística, durante el reinado de Luis XV se caracterizó por la pintura erótico-galante. Evidentemente, esto era alentado por el gusto de Madame de Pompadour. En efecto, la favorita de Luis XV fue la protagonista absoluta del gusto de mediados del siglo XVIII. Fue además, la principal cliente de Boucher.
Françoise Boucher fue así, el pintor típico del rococó: ligero y luminoso, interesado por los paisajes bucólicos, damas y galanes disfrazados de campesinos y ocupados de juegos ingenuos.
La obra de Boucher presenta una mayor espontaneidad en las escenas de interiores, especialmente en las habitaciones burguesas y las alcobas en las que el artista consiguió captar pequeñas escenas íntimas y cotidianas, no sin un poco disimulado gusto por el voyeurismo.
Fragonard se remontaba a la tradición veneciana, para lo que utilizaba colores brillantes y el nervio de la pincelada, limitándose tan solo a sugerir eróticas atmósferas. Pero después del 1770, al ritmo de la evolución del arte francés, Fragonard iría descartando progresivamente los temas sensuales para preferir aquellos más cercanos a la expresión de los sentimientos.
La obra, ejecutada en 1776, es una de las imágenes más emblemáticas de la segunda mitad del siglo XVIII. Se advierte la influencia de la pintura veneciana en la frescura y en la evidente la luminosidad. La escena captura un delicioso intimismo.